domingo, 18 de junio de 2017

Esencias

Algunos lectores han preguntado qué quería decir don Juan el otro día con eso del paisaje lingüístico y el anuncio de Bodybell. Venía dispuesto a trasladarle la pregunta, pero los amigos toman la delantera: ellos también se han quedado en ayunas. De modo que pongo atención:
—Sin meternos en profundidades, paisaje lingüístico es el conjunto de todas las manifestaciones escritas de una lengua —o de unas lenguas— que podemos ver —y leer, si sabemos— en un determinado espacio público: rótulos, carteles, anuncios, esquelas, pintadas, avisos, bandos, publicidad… Hay estudiosos más estrictos que otros a la hora de inventariar qué elementos forman parte del paisaje lingüístico y cuáles, aun siendo mensajes escritos, no forman parte de él, pero es una cuestión menor.
—¿A quién le interesa eso? ¿Para qué vale? —interrumpe el práctico.
Don Juan se atufa un poco ante esta clase de impertinencias; sabe, sin embargo, que la ignorancia es muy atrevida: lo mira por encima de las gafas, sonríe —pensará en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: Padre, perdónalos…— y responde con calma:
—Les interesa a muchos y vale para muchos propósitos. A nosotros, por ejemplo, una ojeada al paisaje lingüístico de la plaza en 1610 nos basta para notar que el cuadro no es de 1610 sino del mes pasado.
—¿Por qué?
—Porque hay una tienda de esencias. Una tienda de esencias en 1610 causaría la misma extrañeza que si hoy viéramos otra de fenómenos o de apariencias… o de conceptos, accidentes, atributos, circunstancias: mercancías abstractas que solo un loco o un guasón intentaría vender.
—Explíquese, por favor.
Esencia era en 1610 un tecnicismo —de filósofos, teólogos, físicos que significaba ‘el ser de la cosa’; es decir, ‘aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas’. Y en la lengua común se usaba la locución ser de esenciaEs de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado, dice un personaje del Quijote— para indicar que algo es característico, propio, inseparable o imprescindible. Nada más. Lo sabe cualquiera que haya leído a los clásicos.
La ingenuidad de don Juan es candorosa: tal vez suponga que cualquiera ha leído a los clásicos.
—¿No fabricaban y vendían esencias en 1610?
—Claro. Pero no les daban ese nombre. De ahí que esencia sea un anacronismo tan grande como si hubieran puesto el anuncio de Bodybell: había perfumes y cosméticos de muchas clases; no existían cadenas de perfumerías.
—Luego el grabado es una falsificación…
—Yo no digo tanto: digo únicamente que no es de la época de la que dice ser. En el mejor de los casos será una reconstrucción ideal de la plaza en 1610 que se ha grabado echándole ciertas dosis de imaginación, algunos detalles bien conocidos y una completa ignorancia de la historia de la lengua. Los del cine, en las películas de romanos, hacen lo mismo —reconstruir idealmente el mundo de Roma—; pero procuran asesorarse para lograr un mínimo de verosimilitud: que a los extras no se les vea el reloj de pulsera. En nuestro grabado, esencias es un reloj de pulsera demasiado grande: tapa cualquier asomo de verosimilitud.
—¿Y en el peor de los casos?
—En el peor, el grabado es un anzuelo de pescar incautos. ¿Se acuerdan ustedes de las películas del Oeste? A menudo aparecían buhoneros ofreciendo remedios milagrosos para la calvicie. ¡Y lograban venderlos! En nuestros días aún quedan primos que caen en el timo de la estampita: no les tengo lástima.
—¿Los de Almágora hacen de primos aquí?
—Los conocemos; debemos creer que no: habrán puesto el grabado como mera curiosidad.
—Podría ser una broma.
—Ojalá. Gastarles una broma a los crédulos no estaría mal.
—¿Por qué no dicen nada los historiadores?
—Están en sus cosas, predican en sus púlpitos, tienen su prestigio: no van a caer tan bajo.
—Entonces, ¿por qué habla usted?
—Yo no soy historiador. Además estoy jubilado, soy viejo: puedo hacer y decir lo que me dé la gana. Ahora bien, si me meto en este berenjenal es por dos razones: porque ustedes han preguntado, y por respeto a la lengua. Imaginen que en el dibujo apareciera un automóvil: sería el hazmerreír; a continuación piensen que la tienda de esencias es un disparate tan grande o más: nadie se ha dado cuenta.
Saben ustedes que don Juan es persona tolerante. Pero se enfada por nimiedades lingüísticas. A estas alturas ya no tiene remedio.


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