domingo, 28 de agosto de 2016

San Agustín

Don Juan se parece en ocasiones a Pero Grullo: repite lo que todos saben como si no lo supieran, y se queda tan ancho. Hoy:
—La feria de Almagro se acaba el 28 de agosto, día de san Agustín.
Quienes lo conocen menos quizá piensen que don Juan, viejo ya, chochea. Sin embargo, no hay que fiarse: don Juan no da puntada sin hilo. Todos los almagreños, desde tiempo inmemorial, saben que la feria se acaba el 28 de agosto, pero no todos —probablemente, no muchos— saben que el 28 de agosto la iglesia católica celebra la fiesta de san Agustín. Y don Juan quiere hablar de san Agustín: el fin de la feria es un señuelo para atraer a pájaros despistados.
—¿Qué tiene que ver san Agustín con la feria, don Juan?
—No lo sé; quizá nada; pero con el mundo católico en general y con Almagro en particular, mucho.
—Cuéntenos.
—De san Agustín o Agustín de Hipona —como le llaman ahora los manuales escolares de filosofía, que le han apeado el tratamiento de santo— ya hemos hablado aquí; además, lo conoce cualquiera que haya cursado el bachillerato. Y, a partir de las lágrimas de su madre —santa Mónica: la fiesta se celebró ayer—, lo conoce también cualquier católico piadoso, aunque no esté muy versado en cuestiones teológicas o filosóficas. Yo creo que es una de las grandes cabezas de la humanidad, un hombre de trayectoria vital interesantísima, un pensador muy influyente, y un escritor imprescindible, sobre todo por las Confesiones, que está entre los mejores libros de la historia y es un clásico entre los clásicos porque mil quinientos años después de escrito resulta absolutamente moderno.
—En Almagro san Agustín es también una calle y una iglesia —dice alguien a quien le pillan lejos las sutilezas intelectuales y las efusiones piadosas.
—Efectivamente. En el siglo XIII un grupo de ermitaños que quería vivir en comunidad según la regla de san Agustín creó la orden de los agustinos. Agustinos fueron, por ejemplo, santo Tomás de Villanueva (de Villanueva de los Infantes, aunque naciera en Fuenllana) y fray Luis de León. En el ambiente contrarreformista de la segunda mitad del siglo XVI y en la estela de santa Teresa, se fundaron los agustinos recoletos. Fray Luis de León fue el autor de sus primeras normas: un librillo muy curioso y muy poco conocido que se llama, y es, La forma de vivir de la nueva orden. Los agustinos se establecieron en Almagro siglo y pico después.
—No duraron mucho.
—Otro siglo y pico: hasta las desamortizaciones del XIX. Del convento solo quedan la iglesia, y la puerta de la calle y el zaguán. La iglesia es espléndida, pero está muy maltratada.
El tiempo destructor —desliza un enterado.
—No. El tiempo y el terremoto de Lisboa han hecho su parte, pero la culpa mayor es de la ignorancia y la ambición humanas. Fíjense en la manzana que ocupaba el convento. Probablemente no haya otra en Almagro más desfigurada.
Don Juan exagera: yo podría decir varias. Él prosigue:
—Bloques de pisos anodinos, el edificio infame de Telefónica, algún transformador de Unión Fenosa, cocheras subterráneas que habrán acabado con cualquier vestigio arqueológico, una colonia de adosados rebosante de piedra artificial y cuyo acceso merece figurar en la antología del disparate… En cuanto a la iglesia, sufrió agresiones imperdonables del comprador, ha padecido usos más o menos viles, en la Guerra se ensañaron con ella…
—Pero resiste —apunta un optimista.
—Sí. Y es bellísima, por dentro más que por fuera. Y una de las imágenes que identifican a Almagro. Ojalá se encuentre una función que le garantice la supervivencia digna.
Estamos de acuerdo:
—Ojalá. Aunque cueste no poco dinero.
—En cuanto se dejaran de subvencionar algunas cosas, lo habría.
—No ponga ejemplos, don Juan, que perdemos amistades.
Por si acaso, alguien cambia de tema:
—Y de la calle ¿qué nos dice?
—La calle de San Agustín merece un paseo detenido: resume bien la historia de Almagro. Desde luego no es el cardo en que algunos han pensado, ni por aquí discurría el camino de Toledo a Granada —que entraba por la puerta de Villarreal—, pero es una de las calles principales del pueblo: conserva, mal que bien, algún palacio; tiene el teatro; viviendas notables; el hospital de San Juan; y desemboca en el pradillo y ermita de San Blas… ¿Vamos a verla?
Estos prontos también son de don Juan. Pagamos y echamos tras él. Otro día les contaré el paseo.


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