—Fe es creer lo que no
vimos, decían los catecismos antiguos —el del padre Astete, por ejemplo—.
Podrían haber añadido: y es muy probable
que no lleguemos a ver.
—Clarín escribió que fe
es creer lo que no vimos como si lo hubiéramos visto —me atrevo a decir.
Don Juan me mira con un punto de intriga.
—Yo también leo algo, don Juan —casi pido disculpas.
—Hace muy bien. Clarín es formidable; el libro del que
saca usted la frase, menos conocido de lo que merece. Las cavilaciones deberían ser la propedéutica de cualquier aforista de nuestro tiempo: quizá la
plaga se mitigase. Pero no ha citado usted la cavilación entera.
—No recuerdo cómo termina.
—Termina diciendo que ese
es el error de la fe. O sea, que creer algo que no vimos como si lo
hubiéramos visto no es fe: es credulidad. Solo los pánfilos o los desesperados
descienden intelectualmente tan bajo.
—¿De qué estamos hablando? —pregunta un despistado— ¿De
literatura? ¿De teología?
—De literatura, sí. Solos
de Clarín se publicó hace ciento treinta y tantos años, pero es más moderno
que casi todo lo que se publica hoy. De teología, no: de política; de la
campaña electoral, concretamente.
El despistado se encoge de hombros; levanta desmesuradamente
las cejas: desde luego, no se acaba de enterar. Don Juan continúa.
—Las campañas electorales serán zafias, romas, brutas,
aburridas… lo que ustedes quieran, pero siempre resultan dignas de estudio.
—Y, entonces, ¿a qué vienen los catecismos? —se reincorpora
el despistado.
—Los políticos, de la clase que sean, dan por supuesto que
tienen una parroquia más o menos amplia que les perdonará todo: los que creen
lo que no vieron como si lo hubieran visto; los que, por ejemplo, han visto a Rajoy bajar los impuestos,
subir las pensiones, eliminar deuda y déficit, salvaguardar derechos, perseguir
la corrupción… A esos no es fácil perderlos: a esos puede el pastor dejárselos
descuidados en el redil —no se escaparán— para ir a buscar a las ovejas
descarriadas; a quienes no son tan incondicionales; a quienes quizá tengan fe,
pero no tragaderas tan anchas. Luego, si fuera posible, se trata de atraer a
los ateos impenitentes o a los apóstatas de otras religiones.
—¿Cómo?
—Por un procedimiento bastante burdo, pero asombrosamente
eficaz: diciéndoles lo que quieren oír. Parece mentira que siga dando
resultados.
—¿En todos los sectores por igual?
—No. En ciertos rincones abunda la gente reacia. Individuos
escépticos, pertinaces, críticos, duros de corazón y ágiles de mollera que no
se dejan influir fácilmente. El PSOE hay muchos: miren ustedes, sin ir más
lejos, a nuestro amigo Sixto Rol.
—Por eso —por esos— perderá las elecciones.
—No. Gracias a esos, el PSOE no desaparecerá. Perder las elecciones, si las llegara a perder —¿detectan las encuestas el nicodemismo, la taqiyya?—,
las perderá por otras cosas, entre ellas
porque en la competencia hay mucho crédulo.
—¿También en Podemos?
—Una multitud. Podemos, o Unidos Podemos, es una etiqueta, un
significante —por usar la jerga pedante
y tonta de sus jefes— de significado impreciso, difuso, adaptable, que sirve lo
mismo para un roto que para un descosido —ya lo dijimos aquí— y puede
contentar a casi todos.
—Y ¿cómo explica esta superabundancia de crédulos?
—No sé explicarla: quizá el hartazgo de los demás, el
atractivo de la moda, la desesperación de muchos ante las penurias que pasan,
el milenarismo…
—No han gobernado nunca: démosles el beneficio de la duda.
—No han gobernado, es cierto, pero tenemos un espejo mágico que nos muestra cómo gobernarán: Grecia. Hace un año por estas fechas a la tribu
de Iglesias no se le caía Grecia de la boca. Ya no la mientan. ¿Por qué? Porque
el espejo de Grecia los saca feos. Alexis Tsipras —afortunadamente para los griegos—
está haciendo la política que debe, no la que sus partidarios españoles
esperaban. Si Iglesias llegara a gobernar haría lo mismo.
—No lo creen así sus partidarios: será votarlo y se acabarán
todos los males.
—Eso le dijo San Pablo al carcelero cuando el terremoto. Los
cristianos nos lo repiten a menudo dos mil años después.
—No entiendo.
—Quiero decir que la fe lo aguanta todo. Miren un ejemplo:
el nombre del partido. Vacilaron al principio: ya no.
—Unidos Podemos. ¿Qué tiene de malo?
—Nada: que es gramaticalmente ortodoxo. ¿Cuántos
parroquianos de Podemos han reparado en ello? Muy pocos. Y, sin embargo, para muchos la piedra de toque diaria del progresismo es el lenguaje no sexista. La paja y la viga: las trampas de la fe.
—Hombre, don Juan, que la o es un bonito corazón multicolor…
—Pero es una o.
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