domingo, 15 de noviembre de 2015

Gala de La Tribuna

No me pregunten por qué: lo desconozco; pero don Juan acudió la otra tarde a la gala de La Tribuna; aparece en las fotos: traje oscuro —lo pedía la invitación—, copa en la mano y aspecto satisfecho. Se lo cuento a los amigos; cuando llega don Juan le tiran pullas cariñosas. Él no se molesta.
—Al venir a Ciudad Real escribí unas cuantas veces en La Tribuna, recién fundada. Nada del otro jueves: comentarios de libros, de alguna exposición, cosas que pasaban en Almagro. Pocos se acordarán.
—Pero lo han invitado.
—Y lo agradezco. De todas formas, tenían que llenar el Paraninfo: no se habrán puesto exquisitos. Estábamos todos, menos las autoridades eclesiásticas. Civiles y militares, muchas; las fuerzas vivas, al completo. Y los de relleno: me incluyo. De no ser por los adelantos técnicos, por los vestidos audaces de ciertas señoras y por la estola episcopal cañizaresca— del alcalde de Valdepeñas, se creería que celebrábamos el nacimiento del periódico, el nacimiento del Lanza.
—¿Tan rancio fue?
—Un poco. Y previsible. Allí se hallaban, en perfecto estado de revista, sin faltar ni uno, los tópicos que quieran sobre la Mancha, hasta los más cursis; chistes bobos y gastadísimos destinados a la capatatio benevolentiæ; lugares comunes —alguno bastante averiado por venir de quien venía— ensalzando la importancia de la prensa y de la libertad de expresión en las sociedades modernas; todas las formas posibles de autobombo, y etcétera y etcétera. Nadie parecía ruborizarse.
—¿Por qué no se volvió a casa?
—Porque se habría notado mucho, porque estaba en mitad de una fila, porque tenía ganas de probar el jamón y el vino que dieron al final… y porque me divierte observar estas cosas: me devuelven a la juventud. Nihil novum sub sole. Día de la marmota. No diga aburrimiento: diga gala. Pero dos cosas sí me gustaron: las actuaciones musicales y el discurso de Cristina García Rodero.
—El otro día tan generoso con Almágora y hoy tan ácido con La Tribuna: no hay quien lo entienda, don Juan.
—Es fácil entenderme: los de Almágora fueron originales y altruistas; los de La Tribuna absolutamente rutinarios e interesados.
—¿Interesados?
—Claro. Asistimos a una operación publicitaria, a un anuncio interminable.
—La prensa está en crisis: ha de esforzarse en vender.
—Es cierto: la prensa está en crisis. Esta semana lo hemos notado mucho: el reportaje del New York Times, Miguel Ángel Aguilar, el comunicado algo teatral de los editores. La gente no compra los periódicos.
—¿Por qué?
—Porque no los necesita, porque son caros, porque son malos, porque hay alternativas mejores o más baratas para informarse… No lo sé. Pero decían en mi pueblo que todos los cojos le echan la culpa al empedrado.
—Qué brutos los de su pueblo.
—Y muy precisos. Quiero decir que los que viven de vender periódicos deberían hacer autocrítica. La prensa en general es mala. Miren cómo titula La Tribuna la noticia de la gala del jueves: “Puesta de largo por los 25 años”. ¿Sabrán qué es —qué era— la puesta de largo? ¿Sabrán que el titular es ridículo porque nadie se pone —se ponía— de largo a los veinticinco años?
—Eso es una anécdota sin importancia: el redactor será joven.
—No es una anécdota; es un síntoma, un botón de muestra. Los que están dispuestos a pagar prensa escrita quieren buena prensa; si no, no la compran: se van a leer prensa mala, pero gratuita, en internet. El círculo vicioso —cada vez menos lectores, cada vez menos ingresos, cada vez menos calidad, cada vez menos lectores…— se cierra inexorablemente. Quien padece —aparte del bolsillo de los editores y las condiciones laborales de los periodistas— es la libertad de expresión. Nadie —las mujeres lo saben perfectamente— es libre si carece de independencia económica; como los periódicos no la tienen, porque no hay lectores, se echan en manos de las corporaciones —que pagan alabanzas o silencios con publicidad— o de los gobiernos —bien para adularlos, bien para chantajearlos—. Es decir, el diagnóstico del New York Times resulta plenamente acertado. En esta provincia lo sabemos muy bien.
Podríamos —y deberíamos— seguir hablando de la libertad de prensa, podríamos estudiar un ejemplo formidable de uso espurio de la libertad de prensa en el trato que dieron los medios de la provincia al aeropuerto de Ciudad Real; podríamos despreciar los periódicos que se fundan no para ganar dinero sino para ganar influencia… Otro día lo haremos. Ahora vamos a callarnos por respeto a las víctimas de los atentados de París.

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