No me pregunten por qué: lo desconozco; pero
don Juan acudió la otra tarde a la gala de La Tribuna; aparece en las fotos:
traje oscuro —lo pedía la invitación—, copa en la mano y aspecto satisfecho. Se
lo cuento a los amigos; cuando llega don Juan le tiran pullas cariñosas.
Él no se molesta.
—Al venir a Ciudad Real escribí unas
cuantas veces en La Tribuna, recién fundada. Nada del otro jueves: comentarios de libros, de alguna exposición, cosas que pasaban en Almagro. Pocos se
acordarán.
—Pero lo han invitado.
—Y lo agradezco. De todas formas,
tenían que llenar el Paraninfo: no se habrán puesto exquisitos. Estábamos todos, menos las autoridades eclesiásticas. Civiles y militares, muchas; las fuerzas vivas, al completo. Y los de relleno: me incluyo. De no ser por los adelantos técnicos, por los vestidos audaces de ciertas
señoras y por la estola episcopal —cañizaresca— del alcalde
de Valdepeñas, se creería que celebrábamos el nacimiento del periódico,
el nacimiento del Lanza.
—¿Tan rancio fue?
—Un poco. Y previsible. Allí se hallaban, en perfecto estado de revista, sin faltar ni uno, los tópicos que quieran sobre la Mancha, hasta los más cursis; chistes bobos y gastadísimos destinados a la capatatio benevolentiæ; lugares comunes —alguno bastante averiado por venir de quien venía— ensalzando la importancia de la
prensa y de la libertad de expresión en las sociedades modernas; todas las
formas posibles de autobombo, y etcétera y etcétera. Nadie parecía ruborizarse.
—¿Por qué no se volvió a casa?
—Porque se habría notado mucho, porque
estaba en mitad de una fila, porque tenía ganas de probar el jamón y el vino
que dieron al final… y porque me divierte observar estas cosas: me devuelven a la
juventud. Nihil novum sub sole. Día de la marmota. No diga aburrimiento:
diga gala. Pero dos cosas sí me gustaron: las actuaciones musicales y el
discurso de Cristina García Rodero.
—El otro día tan generoso con Almágora y
hoy tan ácido con La Tribuna: no hay quien lo entienda, don Juan.
—Es fácil entenderme: los de Almágora
fueron originales y altruistas; los de La Tribuna absolutamente rutinarios e
interesados.
—¿Interesados?
—Claro. Asistimos a una operación
publicitaria, a un anuncio interminable.
—La prensa está en crisis: ha de esforzarse en vender.
—Es cierto: la prensa está en crisis. Esta
semana lo hemos notado mucho: el reportaje del New York Times, Miguel
Ángel Aguilar, el comunicado algo teatral de los editores. La gente no compra
los periódicos.
—¿Por qué?
—Porque no los necesita, porque son caros,
porque son malos, porque hay alternativas mejores o más baratas para
informarse… No lo sé. Pero decían en mi pueblo que todos los cojos le echan
la culpa al empedrado.
—Qué brutos los de su pueblo.
—Y muy precisos. Quiero decir que los que
viven de vender periódicos deberían hacer autocrítica. La prensa en general es
mala. Miren cómo titula La Tribuna la noticia de la gala del jueves: “Puesta de
largo por los 25 años”. ¿Sabrán qué es —qué era— la puesta de largo? ¿Sabrán
que el titular es ridículo porque nadie se pone —se ponía— de largo a los
veinticinco años?
—Eso es una anécdota sin importancia: el
redactor será joven.
—No es una anécdota; es un síntoma, un
botón de muestra. Los que están dispuestos a pagar prensa escrita quieren buena
prensa; si no, no la compran: se van a leer prensa mala, pero gratuita, en
internet. El círculo vicioso —cada vez menos lectores, cada vez menos ingresos,
cada vez menos calidad, cada vez menos lectores…— se cierra inexorablemente.
Quien padece —aparte del bolsillo de los editores y las condiciones laborales
de los periodistas— es la libertad de expresión. Nadie —las mujeres lo saben
perfectamente— es libre si carece de independencia económica; como los periódicos no
la tienen, porque no hay lectores, se echan en manos de las corporaciones —que pagan alabanzas o silencios con publicidad— o de los gobiernos —bien
para adularlos, bien para chantajearlos—. Es decir, el diagnóstico del New
York Times resulta plenamente acertado. En esta provincia lo sabemos muy
bien.
Podríamos —y deberíamos— seguir hablando
de la libertad de prensa, podríamos estudiar un ejemplo formidable de uso
espurio de la libertad de prensa en el trato que dieron los
medios de la provincia al aeropuerto de Ciudad Real; podríamos despreciar los periódicos que se fundan no para ganar dinero sino para ganar influencia…
Otro día lo haremos. Ahora vamos a callarnos por respeto a las víctimas de los
atentados de París.
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